Cómo leemos importa
Explorando los capítulos del 6 al 10 de Lit! (Tony Reinke, 2011) y la importancia de la intencionalidad en la lectura.
Esta es nuestra segunda semana leyendo juntos Lit! a Christian guide to reading books, escrito por Tony Reinke, y publicado por Crossway en 2011.
La semana pasada cubrimos la introducción y los primero cinco capítulos, donde Reinke enfatiza la importancia de una cosmovisión fundamentada en la Biblia como base para el discernimiento del lector cristiano. En esta semana, nos concentramos en los capítulos del 6 al 10.
Espero que estén disfrutando la lectura. Pueden repasar nuestro cronograma de lectura y publicaciones para este libro aquí.
Continuemos con el análisis de los capítulos de esta semana.
En el capítulo 6, Reinke establece sus argumentos para defender la importancia de la imaginación, reconociendo que es un atributo creativo que tenemos por ser hechos a imagen y semejanza de Dios. Es decir, tenemos imaginación porque Dios tiene imaginación; tenemos creatividad porque somos hechos a imagen y semejanza de un Dios creativo.
Al elaborar sobre la importancia de la imaginación, Reinke diferencia dos tipos claramente distintos:
la imaginación primaria, que evoca imágenes, emociones y sentimientos a partir de experiencias directas que vivimos con anterioridad; y
la imaginación secundaria, que crea imágenes que no hemos visto nunca, enteramente ajenas a nuestras experiencias.
La imaginación nos permite vincular ideas, imágenes y figuras. Es lo que da cabida al lenguaje simbólico, y nos permite completar la imágen de aquello que, de otra forma, sólo conocemos de forma parcial. La imaginación es, por tanto, una habilidad dada por Dios para poder recibir la verdad y comprender su significado de forma racional; una idea que C.S. Lewis explora en uno de sus ensayos.1
“Para mí, la razón es el órgano natural de la verdad; pero la imaginación es el órgano del significado.”
Y la imaginación puede cultivarse, nutrirse y ejercitarse. La literatura imaginativa o fantástica es importante en la medida en que alimenta nuestra imaginación, y nos ayuda a ver más allá de lo evidente.
La imaginación y el lenguaje simbólico deberían ser importantes para nosotros como cristianos. Dios nos dio imaginación para nuestro beneficio espiritual. Mucho de nuestra comprensión y provecho de lo que Dios expone en la Biblia, especialmente en libros altamente simbólicos, como Revelaciones, depende de nuestra capacidad de leer literatura imaginativa. Correctamente cultivada, la literatura imaginativa en la vida del cristiano, según concluye Reinke, desafía lo trivial y lo falso de nuestras vidas.
Considerando nuestras prioridades
En el séptimo capítulo, Reinke pasa de la teoría a la práctica, empezando con una serie de criterios que podemos implementar para elegir qué leer. Ya antes había explorado cómo filtrar lecturas edificantes, indistintamente de su tipo. Ahora, el foco es diferente. Esta vez no se trata de qué tipo de libros leer, sino de cómo podemos dar un paso al frente y tomar un libro para empezar a leer. Pero, ¿cuál?
Con esto en mente, Reinke nos invita a seguir su ejemplo y establecer nuestras prioridades (que pueden ser enteramente distintas de las suyas) para decidir cuál libro leer. Estas son las prioridades que Reinke estableció para sí mismo:
Leer la Biblia.
Leer para aprender y deleitarse en Cristo.
Leer para reflexionar espiritualmente.
Leer para iniciar un cambio personal.
Leer para procurar excelencia vocacional.
Leer para disfrutar una buena historia.
No las detallaré más porque ya quedaron claras en nuestra lectura del Capítulo 7, y, lo que es más importante, porque no son nuestras, sino de Reinke. Las nuestras pueden ser (y muy probablemente serán) muy diferentes.
Tampoco voy a explicar aquí mis propias prioridades. Basta con reconocer que nuestras prioridades serán diferentes, según sean diferentes nuestros intereses personales.
Definir nuestras prioridades nos otorgará claridad y facilitará la toma de decisiones; no sólo sobre cuál libro leer a continuación, sino también sobre cuáles libros adquirir, y cuáles dejar pasar. No es necesario justificar nuestras prioridades, pero es bueno tener claro (para nosotros mismos) por qué hacemos lo que hacemos. Después de todo, tenemos tiempo limitado, y no se trata de leer por leer.
Sin embargo, como lectores cristianos, es natural tener la lectura de la Biblia en primer lugar. Claro que también leeremos otras cosas, pero, al considerar nuestro tiempo de lectura, probablemente querremos asegurarnos de leer la Biblia (aunque sea un poquito) todos los días.
Cómo leer “bien”
En el capítulo 8, Reinke nos ofrece una guía práctica sobre cómo leer, y cómo leer mejor obras de no ficción. Reinke elabora sobre las bondades de reconocer cuándo podemos leer con prisa, superficialmente, y cuándo conviene leer con calma, de forma más profunda. También, nos invita a considerar la intencionalidad del autor y el trasfondo de la obra; y nos invita a ser selectivos con lo que extraemos de cada libro. Todo esto está muy bien. Son consejos sencillos pero útiles. Sin embargo, necesitamos a hacer una breve pausa.
Tenemos que reconocer que este es un tema que ya ha sido explorado en otras ocasiones, a lo largo de los años, por una multitud de autores. El propio Reinke menciona directamente su experiencia aprendiendo de How to Read a Book, escrito por Mortimer J. Adler, que ha gozado de numerosas reediciones y reimpresiones desde entonces2. Aparte, podríamos mencionar How to Read and Why, del crítico literario Harold Bloom3; pero ninguno de los dos es para nosotros “lectura obligatoria”. Después de todo, ya estamos leyendo un libro sobre cómo leer (precisamente este, de Tony Reinke), y las dos alternativas que mencioné arriba no traen consigo ningún beneficio significativo, en un sentido pragmático, por sobre las observaciones que Reinke ofrece en el libro que ahora nos ocupa.
Además, muchas de las guías sobre cómo leer se apresuran a sugerir abiertamente qué leer (y, por descarte, qué obviar). La obra de Bloom, por ejemplo, gira inescapablemente en torno a su “Canon Occidental”4 —una lista (debatible y hasta polémica) de “quién es quién” en el corpus literario que ha dado forma a nuestra cultura; con lo que puede parecernos una alta dosis de prejuicio y elitismo que implícita en este tipo de selecciones. Reconozco la ironía de que Reinke ha hecho algo similar con este libro al sugerir, en capítulos anteriores, un marco de referencia para identificar libros que sería preferible evitar. Pero al menos Reinke nos ofrece una sugerencia de criterios que podemos implementar voluntariamente, en vez de una lista de rigor dogmático.
Teniendo esto presente, podemos continuar con las recomendaciones de Reinke sobre cómo leer obras de ficción, detalladas a partir del capítulo 9 e iniciando con una defensa básica del valor de la literatura de ficción.
El punto principal de Reinke es sencillo:
La literatura de ficción nos ofrece una ventana a la naturaleza humana.
Sin embargo, a diferencia de la literatura de no ficción (como sería el caso de un ensayo, por ejemplo), al leer ficción no contamos con proposiciones o una tesis explícita por parte del autor. Los temas se nos presentan desde la narrativa y las experiencias de los personajes, y depende de nosotros como lectores tener la capacidad de identificarlos e interpretarlos. Consecuentemente, nuestra lectura de la obra podría conducir a una interpretación distinta de la que pretendía el autor, y no hay nada de malo con ese resultado.
Todos leemos (y escribimos) desde nuestras propia forma de ver el mundo. Las obras de ficción nos presentan sus respectivos temas desde la cosmovisión del autor, porque su cosmovisión le resulta inescapable. Similarmente, nosotros leemos desde nuestra cosmovisión como lectores, porque nuestra propia cosmovisión nos resulta igualmente inescapable.
Para elaborar este punto, Reinke se apoya en la obra de Grant Horner sobre el cine, en tanto el cine también puede ser ficción y, aún si no es lo mismo que leer un libro, nos ofrece el mismo tipo de dilema interpretativo y temático. Según Horner, toda obra nos habla de la naturaleza humana, de forma explícita o implícita, mediante sus recursos narrativos, sus personajes, y sus componentes estéticos. La clave radica en poder identificar cuál es la interpretación de la naturaleza humana que nos propone el autor.5
Sin embargo, la principal lección de los capítulos 8 y 9 no viene de Reinke, sino de una cita de Leland Ryken:
“Los cristianos no debemos subestimar ni sobreestimar la literatura. No es la fuente última de la verdad. Pero aclara la situación humana a la que se refiere la fe cristiana. No reemplaza la necesidad de los hechos que nos brindan la ciencia, la economía y la historia. Pero nos proporciona un conocimiento experiencial de la vida que necesitamos tanto como esos hechos.”6
Finalmente, el capítulo 10 nos ofrece una guía superficial sobre cómo hacer tiempo para leer. No quiero desestimar los consejos de Reinke al respecto. Son buenos y aplicables. Pero son un tanto obvios: Para tener tiempo para leer, tendremos que hacer tiempo para leer. Esto supone priorizar la lectura en lugar de alguna otra cosa que habríamos hecho en ese momento.
Como siempre cuando se habla sobre la administración del tiempo, nunca se trata del tiempo, sino de nuestras prioridades.
Espero que hayan disfrutado de esta segunda entrega, leyendo juntos Lit! a Christian guide to reading books.
Por favor, recuerden el calendario de lectura y publicaciones para las siguientes entregas:
El 19 de agosto: Los capítulos del 11 al 15.
El 26 de agosto: Resumen de las ideas centrales y nuestra experiencia leyendo este libro.
Seguiremos la próxima semana, si Dios lo permite.
C. S. Lewis, “Bluspels and Flalansferes: A Semantic Nightmare”, C. S. Lewis: A Complete Guide to His Life and Works (San Francisco: Harper, 2005).
Mortimer J. Adler & Charles Van Doren, How to Read a Book (Nueva York: Touchstone, 2011).
Harold Bloom, How to Read and Why (Nueva York: Touchstone, 2001).
Harold Bloom, The Western Canon: The Books and School of the Ages (Boston: Houghton Mifflin Harcourt, 2020).
Grant Horner, Meaning at the Movies: Becoming a Discerning Viewer (Wheaton: Crossway, 2010).
Leland Ryken, Realms of Gold: The Classics in Christian Perspective (Eugene, OR: Wipf and Stock, 2003).