¿Cómo lee un cristiano?
Explorando los primeros 5 capítulos de Lit! (Tony Reinke, 2011) y la importancia de la cosmovisión para el discernimiento cristiano.
Esta es nuestra primera semana leyendo juntos Lit! a Christian guide to reading books, escrito por Tony Reinke, y publicado por Crossway en 2011.
Como dijimos en la publicación anterior, introduciendo esta iniciativa de lectura, esta semana cubrimos la introducción y los primero cinco capítulos. Pueden repasar nuestro cronograma de lectura y publicaciones para este libro aquí.
Espero que estén disfrutando la lectura. Pero, si aún no han iniciado, no se preocupen. Es un libro relativamente corto y podrán ponerse al día fácilmente, o retomar estas publicaciones en el futuro, para complementar su lectura.
Sin más, comenzamos con el análisis de los capítulos de esta semana.
Tony Reinke inicia dividiendo toda la literatura universal, a lo largo de toda la historia de la humanidad, en dos categorías:
La Biblia.
Todos los otros libros.
La división, lejos de ser un truco o un ardid, en realidad expone una verdad que debemos reconocer como ineludible desde la perspectiva cristiana: Dios es inigualable, y la Biblia es la palabra de Dios. Ergo, la Biblia no tiene (ni tendrá) igual en ningún otro libro. Podemos encontrar miles de libros sobre Dios, pero sólo la Biblia es escrita por Dios.
Tony Reinke señala sin pena que la Biblia es inspirada por Dios. Dios es, por tanto, su autor último y definitivo. La Biblia, además, es inerrante, es suficiente, está viva y activa, es la expresión suprema de la verdad, y nos ofrece una cosmovisión coherente que interpreta cómo la realidad (tanto física como espiritual) nos afecta personalmente.
Pero, como anticipando una objeción, Reinke no se limita a señalar la inspiración divina detrás del texto, sino que nos recuerda que Dios mismo ha expresado sus palabras por escrito, directamente, cuando entregó a Moisés los diez mandamientos; muy literalmente, escritos en piedra.
“Y el Señor me dio las dos tablas de piedra escritas por el dedo de Dios; y en ellas estaban todas las palabras que el Señor os había dicho en el monte, de en medio del fuego, el día de la asamblea.”
—Deuteronomio 9:10
Reinke defiende, tal y como lo hizo originalmente Charles H. Spurgeon en 18811, cuán preferible sería perder la suma total de la literatura humana, antes que perder la palabra de Dios. Y así marca el tono con el primer capítulo, más efectivamente que con la introducción, de cómo toda nuestra capacidad más profunda de apreciar la palabra escrita depende, en realidad, de nuestra apreciación de la Biblia.
Pero…
La palabra escrita, por sí misma, no es suficiente. Ni siquiera si fue escrita directamente con el dedo de Dios sobre la piedra. Reinke dedica el segundo capítulo a señalar cómo el pecado, nuestro pecado, nos induce una ceguera de la que no podemos escapar. En nuestra condición natural, por más que leamos la Biblia, es como si tuviéramos los ojos y el corazón vendados.
“Pero el entendimiento de ellos se endureció; porque hasta el día de hoy, en la lectura del antiguo pacto el mismo velo permanece sin alzarse, pues solo en Cristo es quitado. Y hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones;”
—2 Corintios 3:14–15
El pecado ciega nuestros corazones de la gloria de Cristo. Sencillamente no lo podemos ver, porque por causa de nuestros pecados estamos cegados y no podemos ver las promesas que Dios ofrece en Cristo, lo que nos deja sumados en la ignorancia y la muerte espiritual. Sólo Dios, mediante el Espíritu Santo, y por la obra redentora de Jesucristo, puede remover el velo de nuestros ojos y corazones.
Una vez que Dios remueve el velo, todo cambia; incluido cómo leemos los libros.
Aquí, Reinke hace una pausa importante, y nos cuenta un poco de su propia experiencia de conversión. Lejos de los relatos tórridos o escandalosos que a veces parecen ser las historias más populares de conversión, Reinke había pasado toda su vida creyéndose cristiano porque iba a la iglesia y leía su Biblia. La suya fue una conversión modesta pero profundamente humillante —como suele ser toda verdadera conversión. Esta humillación no se refiere a ser avergonzado públicamente, sino al profundo sentido de humildad que inunda nuestros corazones cuando Dios nos muestra la realidad de nuestros pecados y la realidad de Cristo.
Cuando por fin vemos a Cristo por lo que realmente es, aprendemos a ver el mundo y todo lo que hay en él con una nueva luz. No hay palabras suficientes que expliquen esta transformación, aunque eso no detuvo a Reinke de dedicar tres páginas enteras en su intento por detallarla. Al final, es el tipo de cosa que no podemos ni empezar a entender, por más que nos la cuenten. Tenemos que vivirla en persona para comprenderlo; y es mi deseo sincero que cada persona que lee estas palabras también reciba de Dios la salvación.
Discernimiento
Reinke continúa con una verdad clave: La conversión y la verdadera fe en Jesucristo trae consigo discernimiento. 1 Tesalonicenses 5:21-22 resume de forma precisa lo que implica este discernimiento en tres puntos:
La habilidad de examinarlo todo.
La habilidad de retener lo bueno.
La habilidad de abstenernos de toda forma de mal.
Así, mediante la gracia de Dios en nuestras vidas, podemos vivir —y leer— con la mente de Cristo (1 Corintios 2:15-16). Jesucristo es la clave esencial de nuestro discernimiento, y la clave de poder aplicar ese discernimiento a nuestra lectura.
Nuestra conversión no nos hace conocer más sobre Dios, pero sí cambia cómo conocemos lo que conocemos de Dios. Y este cambio viene de la comunión con Dios. Por tanto, ya no leemos “por nuestra cuenta”, sino en comunión con Dios.
Barreras en la comunicación
Reinke dedica el tercer capítulo a explorar cómo las imágenes, por sí mismas, pueden llegar a limitar la precisión y profundidad de la comunicación. Hay un peso y una profundidad que las palabras logran transmitir mucho mejor que las imágenes. Esto es relevante para nosotros, viviendo —y trabajando— en un mundo rodeado de imágenes. Las imágenes pueden mostrarnos la apariencia de las cosas, pero sólo eso.
Quizás, sería más provechoso decir que Reinke dedica el capítulo a defender la eficacia y profundidad de comunicación que facilita el lenguaje, y, por tanto, la palabra escrita.
Reinke refuerza esta idea con una cita de Os Guinness2:
“El mundo de la vista, el mundo del ojo, no puede llevarnos más allá de lo que se muestra. Debido a que la vista tiene un alcance limitado, hacen falta palabras y pensamiento para transmitir la verdad real y el significado de lo que se ve.”
Pero las palabras, además de comunicar mejor las realidades visibles, también son efectivas para comunicar las realidades invisibles; y de esas tenemos muchas en la fe. Después de todo, lo que es real de Dios va más allá de lo evidente.
Dicho sea de paso, Reinke hace una apología sencilla pero efectiva de la iconoclasia moderada, o sea, del por qué no es recomendable pretender que la fe se sostenga en imágenes religiosas. De hecho, la misma Biblia nos recuerda, insistentemente, en la importancia y el valor de creer más allá de lo visible (Juan 20:29; 1 Pedro 1:8). Y es que, si bien las imágenes pueden mostrarnos algo sobre Dios, como en la creación (Salmos 19:2; Romanos 1:18-20), no pueden mostrarnos a Dios. Su realidad invisible escapa a las imágenes, y, por ahora, sólo puede ser revelada mediante las palabras. Deseamos ver a Dios; y le veremos, cuando llegue el día de estar con Él para siempre.
Es así, sin descartar las artes visuales (incluida la animación) como irrelevantes o innecesarias, que Reinke defiende cómo el lenguaje es preponderante en la manera en que informa nuestra esperanza, y hace nuestra cosmovisión posible. De otro modo, no podríamos comprender tan claramente la realidad, la propia y la que nos rodea, y la complejidad inherente del mundo en el que vivimos.
Una visión integral
Hasta este punto, Tony Reinke se ha concentrado en defender la cosmovisión cristiana como fundamental. Ahora, iniciando con el cuarto capítulo, se dispone a explicar cómo podemos implementar la cosmovisión cristiana, fundamentada en la Biblia, como la lente mediante la cual podemos beneficiarnos de la literatura en general.
La idea fundamental de Reinke es que la cosmovisión no puede tercerizarse. Nadie puede ver por nosotros; debe ser una experiencia personal. La Biblia es fundamental para ayudarnos a entender lo que vemos a nuestro alrededor, pero sólo podemos ver el mundo con nuestros propios ojos.
Por todo esto, Reinke propone una serie de elementos clave que podemos tomar de la Biblia, y que nos ayudarán a dar forma a la cosmovisión cristiana. Estos puntos son la base para interpretar y entender el mundo a nuestro alrededor:
Dios sí existe, desde antes de que existiera el universo que nos rodea, y su existencia es eterna; existe en tres personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo; su voluntad y soberanía son absolutas; y su santidad no tiene comparación. Dios es autosuficiente, omnipotente, y la fuente de todas las bendiciones, tanto temporales como eternas. Él es la fuente de toda verdad, bondad y belleza.
La verdad sí existe. Jesús nos enseña que la palabra de Dios es verdad (Juan 17:17), y Jesús mismo es la verdad (Juan 1:1-5), y la verdad no sólo existe, sino que está viva, habla, murió y resucitó, nos salva y reinará para siempre.
El pecado es lo que está mal con nuestro mundo. El pecado es rebelión contra Dios. Entró en la creación perfecta de Dios en huerto del Edén; corrompió la creación. Desde entonces, todos los seres humanos tenemos el impulso de desobedecer a Dios y suprimir la verdad que sobre Él fluye naturalmente en nuestros corazones. Por eso, nuestro principal problema es nuestra enemistad con Dios; y nuestra principal y más profunda necesidad es reconciliarnos con Él.
Fuimos creados por Dios, a su imagen y semejanza. Dios nos creó; hombre y mujer; espiritualmente iguales, pero diferentes y complementarios en nuestra realidad física y en nuestros roles. Nos dio una mente, voluntad, emociones, razón y personalidad. Somos seres complejos que, sin importar cuán virtuosos podamos ser, ineludiblemente somos además pecadores, culpables de cada una de nuestras transgresiones contra Dios.
Jesucristo es la solución a nuestro dilema y nuestra condición. Mediante su encarnación, nacimiento, vida, muerte, sepultura, resurrección, y su ascenso a los cielos, Jesús nos reconcilia con Dios y resuelve nuestro principal problema. En Él se rompe el poder del pecado, y la muerte es derrotada. Cristo es el propósito y significado de nuestras vidas, porque Él es el camino ya verdad y la vida.
Dios restaurará la creación. Allí “termina” toda la historia que inició desde la creación. Un día, Dios creará una tierra nueva y un cielo nuevo. Dios restaurará la paz perfecta a su creación.
Por supuesto, estas seis proposiciones son apenas un marco de referencia. Reinke reconoce que no son suficientes ni autoexplicativas como para contar solo con ellas, en detrimento de la Biblia. Todo lo contrario. Son apenas un resumen que invita a conocer más y a profundizar en la palabra de Dios. Pero son nuestras “creencias de control”; la lente con la que podemos examinar todas nuestras experiencias, creencias y teorías.
Entonces, ¿qué hacemos con los libros que claramente no son cristianos?
Lo primero, sugiere Reinke, citando a a Grant Horner, es reconocer que cada cosmovisión es el resultado de una colección de posiciones filosóficas.
“Todas las cosmovisiones son posiciones filosóficas, pero no todas las posiciones filosóficas individuales son cosmovisiones completas.”3
Así, cuando leemos un libro (o hasta una publicación en Substack), tenemos que reconocer que tenemos nuestra cosmovisión como lectores. Al mismo tiempo, debemos reconocer que el autor de lo que sea que estamos leyendo también tiene su propia cosmovisión; y la cosmovisión del autor podría no coincidir con la nuestra.
Ahora bien, aún si partimos del supuesto de que la cosmovisión cristiana es verdadera, es igualmente importante que reconozcamos que otras cosmovisiones no son enteramente falsas sólo por no ser cristianas. El problema de las otras cosmovisiones es que, en el mejor de los casos, sólo cuentan con partes de la verdad. No contemplan, por ejemplo, el alcance del plan de salvación de Dios.
Es igualmente importante que reconozcamos que las cosmovisiones son inescapables. Todos escribimos desde un punto de vista. Es parte de la naturaleza de la comunicación. Reinke reitera este punto mediante una cita secundaria de Albert Camus, presente en un libro de René Wellek:
“Una novela nunca es otra cosa que una filosofía puesta en imágenes.”4
Mientras tengamos clara nuestra cosmovisión, y podamos discernir la de otros autores, no hay peligro en leer otras perspectivas, ya sea en obras de ficción, filosofía, o cualquier otra forma de literatura. El riesgo viene de las obras de “lobos en piel de oveja”, que esconden trampas espirituales envueltas en una teología alterada.
La advertencia de Reinke es muy clara y sencilla, pero no menos urgente: El principal riesgo radica cuando se asume que la diferencia de cosmovisiones es pequeña.
Entonces, ¿hay algún tipo de libro que debamos evitar?
Reinke propone tres categorías, a falta de una mejor palabra, de libros que sería preferible evitar, si lo consideramos necesario.
Los libros que no son apropiados por el momento. Hay libros que requieren cierta madurez y comprensión del mundo. No sería prudente dejar que un niño pequeño, que apenas sabe leer, lea una obra compleja y llena de contenido maduro, como El Conde de Montecristo, de Dumas, por ejemplo. Es una excelente novela, pero sus contenidos hacen que sea preferible dejar el libro para más adelante.
Los libros que glorifican el pecado. Sería preferible evitar los libros que exaltan o glorifican la maldad y el pecado. Aquí, Reinke destaca una verdad que vale la pena resaltar: Muchas de las más grandes obras de la literatura han sido escritas desde una perspectiva que captura las realidades más oscuras de la vida. No hay nada intrínsecamente malo en que un libro incluye historias de violencia sangrienta, sexo ilícito, blasfemias y brujería. De hecho, la Biblia contiene historias donde sucede todo esto y más. La diferencia radica en la intención detrás de estas inclusiones. Si el autor busca glorificar el pecado y el desprecio a Dios, entonces sería mejor evitar el libro.
Los libros que perturben nuestra conciencia. Esta consideración es más subjetiva, y dependerá enteramente de la conciencia de cada lector. Debemos prestar atención a nuestra conciencia, y cada uno debe establecer para sí mismo los límites de qué está dispuesto a leer y qué no. Siempre debemos respetar las decisiones de otros creyentes respecto a sus elecciones de lectura.
En resumen, Reinke procura dejar en claro que lo que distingue a un lector cristiano es su cosmovisión, y cómo la Biblia da forma al lente con el que ese lector examina todo lo que lee.
Leer de todo
Reinke defiende los beneficios y virtudes de una lectura diversa recurriendo a una cita de Juan Calvino:
“Por lo tanto, al leer a autores profanos, la admirable luz de la verdad que se manifiesta en ellos debería recordarnos que la mente humana, por muy caída y desviada de su integridad original, aún está adornada e investida de admirables dones de su Creador. Si reflexionamos que el Espíritu de Dios es la única fuente de verdad, seremos cuidadosos, como evitaríamos ofenderlo, de no rechazar ni condenar la verdad dondequiera que aparezca. Al despreciar los dones, insultamos al Dador.”5
Considerando que toda verdad proviene de Dios, y apegados a nuestra cosmovisión cristiana, Reinke destaca siete beneficios de leer autores seculares con criterio y discernimiento:
La literatura secular puede describir el mundo y cómo funciona.
Los libros seculares resaltan experiencias de vida comunes.
Los libros seculares pueden exponer el corazón humano.
Los libros seculares pueden enseñarnos sabiduría y lecciones morales valiosas.
Los libros seculares pueden capturar la belleza.
La literatura secular plantea preguntas que solo pueden resolverse en Cristo.
Los libros seculares pueden reflejar la verdad espiritual y edificar el alma.
Con todo lo que hemos visto, sería un error rechazar de forma categórica la literatura secular. Igualmente, sería un error leer libros seculares sin discernimiento. Reinke destaca que existe una tensión sin resolver para el lector cristiano. Afortunadamente, podemos resolver esa tensión manteniendo nuestra cosmovisión cristiana, que nos permite leer y apreciar la belleza, la nobleza y la virtud donde sea que la encontremos (Filipenses 4:8).
Espero que hayan disfrutado de esta primera entrega, leyendo juntos Lit! a Christian guide to reading books.
Por favor, recuerden el calendario de lectura y publicaciones para las siguientes entregas:
El 12 de agosto: Los capítulos del 6 al 10.
El 19 de agosto: Los capítulos del 11 al 15.
El 26 de agosto: Resumen de las ideas centrales y nuestra experiencia leyendo este libro.
¡Nos vemos la próxima semana!
Charles H. Spurgeon, The Metropolitan Tabernacle Pulpit: Sermons Preached and Revised By C. H. Spurgeon During the Year 1881, Volume 27, (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1973).
Os Guinness, “The Word in the Age of the Image: The Challenge to Evangelicals”, The Anglican Evangelical Crisis: A Radical Agenda for a Bible Based Church, (Fearn, Ross-shire, Escocia: Christian Focus, 1995).
Grant Horner, Meaning at the Movies (Wheaton, IL: Crossway, 2010).
Albert Camus, citado por René Wellek, A History of Modern Criticism: 1750–1950 (New Haven, CT: Yale University Press, 1955).
Juan Calvino, The Institutes of the Christian Religion, traducido por Henry Beveridge (Edinburgh: T&T Clark, 1863).