Todos los cuatrimestres, en la primera lección de los cursos que imparto en la Escuela de Animación Digital de la Universidad LCI VERITAS, me gusta preguntarle a mis estudiantes por qué están estudiando animación. Siempre es interesante escuchar qué los motivó a perseguir una carrera en animación. Tras años de hacer esta pregunta, y de escuchar sus respuestas, hay una razón que se repite con frecuencia: la animación que consumieron cuando eran más jóvenes impactó sus vidas, y ellos también quieren tener ese impacto en otros.
La gran mayoría de quienes trabajamos en animación, también disfrutamos consumiendo animación. Muchos crecimos viendo animación en el cine, en televisión, o en internet. Naturalmente, para muchos nuevos y futuros profesionales, esta experiencia fue lo que los motivó a aprender sobre animación en primer lugar.
Entender nuestras metas es una parte importante de nuestro desarrollo profesional. Sin embargo, concentrarnos demasiado en la meta puede arruinar nuestra carrera, metafórica y literalmente. Hoy, quiero que consideremos juntos por qué esto es así.
Algunos anhelan ver sus nombres en los créditos de una producción internacional, y demostrar que ellos fueron parte de “eso”. Para ellos, la meta es trabajar para Pixar Animation Studios, DreamWorks Animation, Cartoon Saloon, Sony Pictures Animation, o Walt Disney Animation Studios. Como mínimo, sueñan con trabajar fuera del país, en algún estudio de renombre, como Powerhouse Animation (Texas), Guru Studio (Toronto), Bardel Entertainment (Vancouver), o Boulder Media (Irlanda).
Otros sueñan con ser creadores de una serie animada aclamada por muchos, y compartir sus historias originales con el mundo. En estos casos, lejos de idealizar a una compañía, se idealizan los nombres y éxitos de sus creadores favoritos. Docenas de mis estudiantes han admitido su deseo de seguir los pasos de Alex Hirsch (Gravity Falls), Rebecca Sugar (Steven Universe), Lauren Faust (My Little Pony: Friendship Is Magic y DC Super Hero Girls), o Dana Terrace (The Owl House), y presentar sus historias y personajes originales a audiencias globales.
Es natural que nuestras metas profesionales tengan formas bien definidas. Mientras no se trate de idolatría, a veces es positivo que tengamos como referencia a profesionales específicos. Debemos reconocer que el entusiasmo de la afición puede dar pie a una perspectiva distorsionada. Es algo de lo que debemos cuidarnos. Sin embargo, ese no es el problema que quiero discutir hoy.
En cambio, quiero que conversemos sobre cómo, demasiado a menudo, ponemos nuestro esfuerzo y entusiasmo en lo que imaginamos que sería nuestra vida cuando hayamos logrado nuestras metas. Pensamos tanto en cómo sería haber logrado nuestros sueños, que no prestamos atención a lo que estamos haciendo justo ahora, y a los pasos que estamos dando en este momento. Este énfasis hace que sea muy difícil (sino imposible) disfrutar del proceso. Incluso, es posible vernos consumidos por la frustración y la desesperanza, si todo lo que vemos es cuán lejos estamos de nuestra carrera ideal.
Quizás sea útil que lo veamos a partir de un paralelismo, en otra forma de expresión creativa y artística que también atrapa profundamente la atención y las aspiraciones de personas alrededor del mundo: la literatura.
Tristan, el presentador de Tristan and the Classics, tiene un video que nos podría resultar útil como referencia. En su video, "The One Tip You Need to Read More Classic Books and Enjoy Them"1, él explora por qué la gente deja de leer. Su observación es muy incisiva:
"Esta es la razón por la que las personas dejan de leer: Quieren haber leído, más que leer bien."
Tristan explora cómo, si esa es nuestra mentalidad, leer se vuelve frustrante, porque lejos de disfrutar lo que estamos leyendo, nos dejamos llevar por los otros libros que aún nos falta leer. No estamos absortos en la lectura, y no apreciamos lo que leemos, porque estamos demasiado ocupados persiguiendo la meta de haber leído, en lugar de sólo leer. Pero nuestra meta no debería ser “haber leído”, sino “leer bien”
Volviendo a nuestra carrera en animación: Poner nuestra atención en la meta final de nuestras carreras —en cómo imaginamos que será ese momento cuando lo "hayamos logrado"— nos roba la oportunidad de disfrutar la etapa en que nos encontramos actualmente. Esto hace que el proceso se sienta lleno de frustración y temores, la mayoría de ellos infundados.
En otras ocasiones, toda nuestra atención se está en un resultado específico, más cercano. En una carrera como la nuestra, es natural que estemos rodeados de artistas talentosos, ya sean nuestros compañeros o artistas internacionales a quienes sólo conocemos por internet. Entonces, vemos las secuencias de animación o las ilustraciones que ellos producen, y aspiramos a hacer algo así nosotros también. Nos enfocamos en haber animado o ilustrado, y nos desanimamos al intentarlo, porque la hoja en blanco frente a nosotros no es lo que queremos. Sabemos lo que debemos hacer, pero nos desalienta no haberlo logrado aún. Vemos los portafolios de otras personas, y nos llenamos de dudas, porque nuestros trabajos en progreso no se ven así; porque nuestros propios proyectos no están terminados aún.
Esta comparación constante, entre lo que imaginamos como resultados finales, y lo “lejos” que estamos en el proceso, puede llevarnos a sufrir el síndrome del impostor. Nos asusta ser vistos como "un fraude", cuando lo único que pasa es que aún estamos avanzando. No hemos alcanzado la meta, y el énfasis excesivo en el resultado no nos deja disfrutar el proceso.
La comparación se roba la alegría, y eso es justamente lo que hacemos cuando nos concentramos excesivamente en nuestras metas profesionales: Comparamos quiénes somos hoy con quiénes soñamos que podríamos ser. Eso hace que esta etapa de nuestras carreras, cualquiera que esta sea, se sienta insatisfactoria. No es lo que queremos. Aún si reconocemos que es un paso necesario, igualmente se siente tedioso, inferior, o insuficiente.
Nos duele que todavía no somos lo que queremos ser, porque nuestra atención está en una meta, y no en quién somos en realidad. Cuando pensamos así, ya no valoramos lo que estamos haciendo en este momento.
La salida no es renunciar a nuestras metas, sino ponerlas en su lugar. Dios no nos llama a vivir obsesionados por lo que vendrá, sino a ser fieles con lo que tenemos hoy. Jesús lo dijo con ternura y autoridad:
“Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas? ¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de estos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os preocupéis, diciendo: «¿Qué comeremos?» o «¿qué beberemos?» o «¿con qué nos vestiremos?». Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas estas cosas. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas.”
—(Mateo 6:25-34; énfasis añadido)
Nuestra vocación no depende de alcanzar cierto estatus, sino de caminar con Dios en cada paso. ¿Servimos con diligencia y humildad en lo que hacemos hoy? ¿Estamos aprendiendo, amando, creciendo en carácter mientras trabajamos? ¿Dejamos que el Espíritu forme en nosotros la paciencia, la excelencia y la fidelidad?
La fidelidad en lo pequeño prepara el corazón para responsabilidades mayores. Pero eso solo es posible cuando aprendemos a ver cada etapa con los ojos de la fe.
No es fácil. Soñar es natural, y en muchos casos, necesario. Pero hay una diferencia entre soñar y vivir consumidos por nuestros sueños. Podemos planear sin preocuparnos, avanzar sin apresurarnos, y aspirar sin despreciar lo que tenemos hoy. Esa es la clave para disfrutar todo el proceso, a pesar de los tropiezos, sin frustrarnos.
Nuestro llamado no es sólo a tener paciencia, sino a ser obedientes y a poner a Dios primero que todo. Y Dios está más interesado en lo que somos hoy que en lo que creemos que lograremos mañana.
Tal vez, como mis estudiantes, estemos en una etapa de formación, apenas aprendiendo las bases. Quizás ya estemos trabajando, y nuestro rol esté lejos del reconocimiento o los créditos en pantalla. Sea cual sea nuestra posición en este momento, mientras estemos aprendiendo y haciendo un esfuerzo sincero por hacer nuestro mejor esfuerzo hoy, no estamos perdiendo el tiempo. Cada uno de estos pasos son parte de una misma carrera. Allí, donde estemos en este momento, es el único momento en el que podemos glorificar a Dios. Solo tenemos este momento, cada momento.
Así que podemos apagar la imagen mental del resultado final, y concentrarnos en lo que estamos haciendo ahora. Hagámoslo bien; con gozo. Hagamos todo como para el Señor (Colosenses 3:23).
Fijemos nuestra atención en Cristo, y avancemos con confianza. Él es quien nos sostiene al caminar, paso a paso.
Tristan and the Classics, “The One Tip You Need to Read More Classic Books and Enjoy Them”, Tristan and the Classics, 3 de enero, 2025, video, 10:48.