Compasión para todas las edades
Reflexiones sobre la importancia de la compasión intergeneracional y la salud mental infantil, inspiradas en la visión de Gary Pope.
El 3 de febrero del 2022, Gary Pope publicó una entrada en el Blog de Kids Industries1. Es una publicación directa y franca, con el estilo y el ingenio que he aprendido a asociar con él —sin miedo de ir directo al punto, y señalar problemas concretos. Me alegro de que lo haya hecho.
La publicación platea 3 ideas que quiero rescatar:
Cada generación parece subestimar las circunstancias y desafíos de la generación siguiente.
La validez de los desafíos de una generación no debería ser juzgada a la luz de los desafíos de otra.
Los niños también son sujetos de sufrir problemas de salud mental.
Gary Pope, radicado en Londres, Inglaterra, es co-fundador y CEO de Kids Industries desde hace más de 23 años. Kids Industries es una agencia creativa y estratégica, enfocada en el estudio del desarrollo y tendencias del mercado familiar, brindando su inteligencia y estrategias a Disney, Moonbug, BBC, Amazon Kids+, eOne, McDonalds, Cartoon Network, Playmobil y LEGOLAND, entre otros.
Conocí a Gary en el Kidscreen Summit 2021, durante una de las sesiones de discusión de “Producer Life”—específicamente en la sesión de Global vs. Local: When it comes to chasing a worldwide hit, do you go big and global, or local and niche?, que él estaba moderando.
Su experiencia tras años de trabajar con niños (incluida su formación y práctica como docente) supone una prolífica fuente de perspectivas acertadas y realistas. Gary no solo trabaja con niños, sino que realmente los entiende —en la vida real, aplicando métodos científicos y profundamente humanos, y no desde un academicismo estéril. Sus aportes en este tipo de temas son en verdad muy valiosos.
Le comenté que me gustó lo que escribió, y que deseaba comentar al respecto. Él me respondió motivándome a hacerlo, así que lo que sigue es mi respuesta a su publicación.
El problema: Mirar al futuro con desprecio
Me alegró mucho ver a Gary alzar la voz respecto a este tema. Demasiado a menudo descartamos las circunstancias y los desafíos de los demás, incluso en nuestro propia franja etaria —¡cuánto más cuando se trata de personas de otras edades!
Es cierto que, desde hace un par de siglos, cada generación ha podido gozar de los beneficios del trabajo y la movilidad social de la generación anterior. La dinámica inicia desde que la educación se volvió uno de los principales motores de movilidad social. En Costa Rica, el cambio generalizado se vio promovido principalmente por la Reforma Educativa de 1885 y 1886, aunque la educación pública existía (al menos en principio) desde antes de la Independencia, y la enseñanza primaria ya era gratuita y obligatoria (para ambos sexos) desde 18692.
Fueron la educación y la progresiva diversificación de la matriz productiva quienes que permitieron que el trabajo de la generación de nuestros abuelos preparara el camino para nuestros padres. Y que la generación de nuestros padres preparara el camino para nosotros, así como nosotros preparamos el de nuestros hijos. Eso nos ha permitido "estar mejor" —¡significativamente mejor! Contamos con más y mejores oportunidades que las generaciones que nos precedieron, y disfrutamos de una coyuntura inconmensurablemente mejor que la de las generaciones anteriores. Este tipo de contexto nos lleva a mirar al futuro con desprecio. Caemos en el error de pensar que los que vienen, “la tienen demasiado fácil”.
Si vemos hacia atrás, con calma, haciendo un poco de introspección, nos daremos cuenta de que nosotros (desde la perspectiva de las generaciones que nos precedieron) también “la hemos tenido demasiado fácil”. Resulta claro que cada generación parece auto-adjudicarse un derecho imposible para definir el parámetro arbitrario sobre el que se juzgará a otros. Pero cuando pensamos en nuestras experiencias, nos damos cuenta de que no fue fácil. Probablemente no tuvimos los problemas de nuestros papás o nuestros abuelos —no nos tocó trabajar con una pala, abriendo zanjas en una finca cuando no teníamos ni 15 años. Probablemente tampoco nos tocó renunciar a los estudios para buscar un trabajo —el que fuera— porque en sólo 6 años (entre 1977 y 1983) la deuda pública del estado costarricense aumentó casi un 400%. Quién sabe, quizás alguno de mis lectores sí vio la crisis de los 80's y sabe lo que se siente ver el ingreso per capita del país irse para atrás literalmente una década... la mayoría no. Algunos éramos demasiado pequeños para recordarlo, y una buena parte de ustedes no nacería sino hasta una década (o más) más tarde.
Y sin embargo, independientemente de las dificultades específicas de generaciones pasadas, todos estamos seguros de una cosa: no hemos sentido que sea fácil. Tuvimos otros problemas. Tuvimos nuestros problemas. A nosotros nos tocó la presión de vivir en una sociedad que existe en un estado de miedo constante.
Vimos con miedo cómo se acercaba un cambio de año que prometía ser algo así como el fin del mundo inducido por computadora. Nos hicieron ver las consecuencias potenciales —antes no previstas— de la llegada del año 2000, y lo que el “00” causaría en sistemas de computación en todo el mundo.
Sobrevivimos, pero vimos la mayoría de los ataques terroristas más violentos de la historia (hasta la fecha). Doce de los 20 atentados con más muertes han sucedido en los últimos 21 años. Vimos caer las torres gemelas, y al mundo sumarse en el miedo luego de que ese 11 de septiembre del 2001 dejara casi 3.000 muertos y unos 25.000 heridos. También vimos docenas de tiroteos masivos, en escuelas y en iglesias; 10 bombas explotando en cuatro trenes españoles, el 11 de marzo del 2004. Vimos bombas en eventos deportivos, como la maratón de Boston del 2015; o los ataques suicidas, los tiroteos en zonas urbanas, y una serie de explosiones que aterrorizaron a Paris y, por extensión, a todos los televidentes en otras partes del mundo —también en el 2015.
Y todo lo vimos en un mundo hiperconectado, en vivo, sucediendo al otro lado de una pantalla que constantemente se esfuerza por convencernos de que además tenemos que tenernos miedo a nosotros mismos, miedo a engordar, miedo a no ser populares, miedo a “quedar fuera”, miedo a no estar enterados de lo que pasa, y —muy especialmente — miedo a todos aquellos que no piensen como nosotros.
Y ahora vienen los niños... esos que “la tienen demasiado fácil”, pero que en realidad tienen otros problemas. Ellos tienen sus problemas... que a decir verdad son también nuestros problemas, no solo porque nosotros creamos muchos de esos problemas (en gran medida), sino porque ellos, los niños, no son una isla. No son "otros", sino parte del “nosotros”. Somos nosotros, igual que las generaciones anteriores también son parte de nosotros. Dividir y juzgar a la humanidad en grupos (como las franjas etarias) no ayuda.
La compasión como respuesta
No se trata simplemente de resignarse a que todo el mundo tiene problemas, como si esa fuera la solución. Tampoco se trata meramente de sentir lástima por los demás, desde lejos. Eso no arregla nada ni ayuda a nadie. En cambio, se trata de alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran (parafraseando Romanos 12:15); se trata de entenderles —aún si son diferentes a nosotros; aún si tienen menos de 10 años.
La compasión es clave. No deberíamos simplemente descartar las dificultades de otros como “trivial”, sin un esfuerzo genuino para mirar las cosas desde su perspectiva. Sinceramente, creo que todas las generaciones se beneficiarían de la práctica de la compasión —es una de esas cosas que uno hace y resulta en beneficio para todos los demás (y para uno mismo, lo prometo). Sin embargo, propondría que la compasión hacia los niños debería ser una prioridad. No sólo porque los niños están bajo nuestro cuidado, sino también porque aprenden de nuestro ejemplo —para bien y para mal.
El diccionario de la Real Academia Española define compasión3 como la capacidad de sentir pena, ternura y de sentirnos identificados ante los males de alguien.
Si practicamos la compasión en nuestra vida cotidiana, ellos (i.e. los niños) aprenderán a practicar la compasión en su vida cotidiana (con suerte para el resto de sus vidas y para las generaciones venideras). Y para nosotros mismos, pues son ellos, los niños de hoy, quienes nos cuidarán a nosotros, los viejos del mañana —y estoy seguro de que desearíamos que comprendan nuestras circunstancias y entiendan nuestras dificultades y nuestros sentimientos.
Desde la perspectiva bíblica
La compasión, como hemos mencionado, es fundamental. Pero, ¿de dónde proviene esta capacidad de ponerse en el lugar del otro? Para muchos, la respuesta se encuentra en nuestra propia naturaleza humana, creada a imagen y semejanza de un Dios que es amor y compasión. Como dice 1 Juan 4:19, “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. Este amor divino, que se manifiesta en su máxima expresión en el sacrificio de Jesús, nos impulsa a amar y comprender a los demás, especialmente a aquellos que son más vulnerables, como los niños. Al reconocer que cada persona es un ser único y valioso a los ojos de Dios, podemos cultivar una compasión más profunda y genuina.
No podemos ignorar el llamado bíblico a cuidar de los niños, quienes son considerados un don del Señor (Salmo 127:3). Jesús mismo mostró un gran amor por los niños, tomándolos en sus brazos y bendiciéndolos (Marcos 10:16). Su ejemplo nos recuerda que los niños no son simplemente “el futuro”, sino que son personas con necesidades y sentimientos reales en el presente. Desestimar los problemas de los niños, o minimizar sus dificultades, es ir en contra del mandato de amar y cuidar a los más pequeños entre nosotros. Como dice Mateo 18:6:
“Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar.”
En un mundo donde el egoísmo y la individualidad a menudo prevalecen, la Biblia nos llama a una forma de vida diferente. Filipenses 2:4 nos exhorta a velar por los intereses de los demás, en lugar de nuestros propios intereses. Esta actitud de humildad y servicio es esencial para construir relaciones saludables y para crear una sociedad más justa y compasiva. Por lo tanto, al preocuparnos por la salud mental de los niños, no solo estamos cuidando de ellos, sino también de nosotros mismos y de las generaciones venideras.
En el contexto profesional
Si lo llevamos al plano profesional, es oportuno recordar que la compasión es un componente clave de la inteligencia emocional. Chris Westfall, en su artículo Understanding Empathy: How EQ can improve your career impact, para Forbes4, expande sobre cómo la compasión cognitiva es una habilidad vital para el liderazgo. Porque, en esencia, es otra forma de describir la inteligencia emocional. Según Westfall, la compasión cognitiva implica percibir el estado emocional de otra persona, pero sin permitir que afecte nuestro propio estado emocional. Se trata de tener la capacidad de estar consciente de las emociones, y expresar nuestras propias emociones en una forma apropiada y mesurada. Sin compasión, los equipos se derrumban, se desdibuja la dignidad, se pierde el reconocimiento, y los potenciales no se concretan.
La única parte en la que no puedo estar de acuerdo con Gary, en su publicación original, es cuando enmarca este problema (de desestimar las dificultades que enfrentan los niños) como algo “provocado por la edad”. No creo que sea un problema intrínsecamente generacional. Creo que tiene más que ver con una visión de mundo.
La visión del mundo que naturalmente sufrimos en conjunto —y no digo “compartimos” porque no es algo que procuremos distribuir intencionalmente unos con otros— es una que nos tiene a nosotros mismos como el centro de todo. Es un problema de Ego (no en un sentido Freudiano, sino más básico). Una visión de mundo donde "Yo" soy lo único importa y sólo "Mis problemas" son verdaderos problemas. Esta visión de mundo es una de las fuentes de nuestra falta de compasión, y está presente en todas las generaciones.
Ryan Holiday, en su libro El ego es el enemigo (2013)5, lo expresa en una sola línea:
“el ego es una creencia malsana en nuestra propia importancia.”
En una primera instancia, a nivel profesional, el ego nos impedirá reconocer nuestras propias oportunidades de mejora —por muy reales que sean. En segunda instancia, nos conducirá a situaciones en las que nuestra resistencia a reconocer nuestros errores hará más difícil encontrar soluciones, culpando a otros, tristemente convencidos de que nosotros no hemos hecho nada mal... Bajo los efectos del ego (y todos tenemos ego) no sólo somos más dados a culpar a otros de nuestras dificultades, sino que además pensamos que nuestros problemas son más reales o mayores que los problemas de otras personas.
La compasión, y no el ego, es un elemento clave de la inteligencia emocional. Es la compasión, y no el ego, lo que supone una habilidad crucial para un líder. Y es importante recordar que los líderes no “nacen”, sino que “se hacen”. Está bien si no queremos ser líderes. No todos deben serlo. Pero si deseamos liderar, necesitamos hacerlo desde la compasión. Por nuestro bien, y el de las personas a nuestro cargo.
Volviendo a los niños
Durante el tiempo de la pandemia, los niños tuvieron que ver su vida vuelta de cabeza. Los niños —probablemente más que los adultos— han tenido que lidiar con las consecuencias del confinamiento, la suspensión del curso lectivo, el distanciamiento (incluso de sus familiares), y la incertidumbre. Los niños han sido expuestos a aprender a tenerle miedo a todo y a todos, viendo al mundo entero desde los confines de una mascarilla. El impacto potencial de estas circunstancias sobre su salud mental no debe ser subestimado.
Según Jean Piaget6, el desarrollo cognitivo de los niños es el resultado de su interacción con el medio que les rodea. Según explica, todo lo que sabemos se construye (constantemente) a partir de las experiencias vividas, y de cómo interpretamos esas experiencias en relación con la información que ya conocíamos previamente. La salud mental y las etapas del desarrollo se ven directamente influenciados por las experiencias del niño.
Consecuentemente, la segregación social, el estrés y la ruptura de la convivencia tienen un impacto profundo en la salud mental infantil. Necesitamos ponernos en sus zapatos y tratar de entender cómo les afecta el mundo que les rodea, no para pintarles una fantasía color de rosa, sino para acompañarlos, ayudarlos a hacer sentido de las experiencias y a asimilarlas de forma que sean positivas para su desarrollo. Y eso es algo que podemos implementar para con todos, para el beneficio de personas de todas las edades.
Gary Pope, “It’s not all shite. But some of it definitely is,” Kids Industries (blog), 3 de febrero del 2022, https://www.kidsindustries.com/blogs/its-not-all-shite
Bernal Martínez Gutiérrez, Cronología de la educación costarricense (San José: Imprenta Nacional, 2016), https://www.imprentanacional.go.cr/editorialdigital/libros/historiaygeografia/cronologia_de_la_educacion_costarricense_edincr.pdf
Real Academia Española. (2013). Compasión. En Diccionario de la lengua española, 23.ª ed. https://dle.rae.es/compasi%C3%B3n
Chris Westfall, “Understanding Empathy: How EQ Can Improve Your Career Impact,” Forbes, 15 de enero del 2021, https://www.forbes.com/sites/chriswestfall/2021/01/15/understanding-empathy-how-eq-can-improve-your-career-impact/
Ryan Holiday, El ego es el enemigo, traducido por Patricia Torres Londoño (Barcelona: Booket Paidós, 2013).
Fernando Díez Ruiz, “Jean Piaget y las fases del desarrollo cognitivo infantil,” The Conversation, 16 de octubre del 2024, https://theconversation.com/jean-piaget-y-las-fases-del-desarrollo-cognitivo-infantil-239668