Cuando nadie nos ve
Reflexiones sobre la motivación detrás de nuestras acciones y la importancia de la integridad.
Hay cosas que no haríamos si alguien nos estuviera viendo. Sea porque nos daría vergüenza, por miedo al rechazo, o porque sabemos que hacerlo está mal, es inmoral, o es delito—y sabemos con total certeza que es pecado. Pero sólo las haríamos (o ya las hemos hecho) si estuviéramos convencidos de que nadie nos está mirando en ese momento. Este es el tipo de cosas que solo hacemos a escondidas.
"Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas."
—Juan 3:20
Por otro lado, hay otras cosas que solo hacemos cuando estamos conscientes de que nos están observando. ¿Cuánto de lo que hacemos lo hacemos por cómo nos ven los demás? Nos esforzamos por cumplir con las expectativas—expresas o asumidas—de las personas a nuestro alrededor.
¿Por qué hacemos lo que hacemos?
Algunas veces lo hacemos por nuestros seres queridos. Por cómo nos ven nuestros papás, por nuestra pareja, o por dar un buen ejemplo a nuestros hijos. Pero, ¿cuántas de esas cosas las haríamos de todas formas, aún si ellos no no se enteraran?
"Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos."
—Mateo 6:1
Otras veces hacemos cosas para los ojos de completos desconocidos. Desde cómo nos vestimos, hasta cómo comemos, pasando por todas nuestras interacciones en la vida (digitales o físicas); todo lo hacemos bajo el filtro de cómo nos vemos ante los ojos de los demás.
La verdad es que si actuamos diferente cuando estamos solos que cuando alguien nos está viendo, entonces eso es precisamente lo que estamos haciendo: estamos actuando. Somos actores interpretando a un personaje para los ojos del público. Pero, ¿por qué lo hacemos?
Hacemos las cosas por miedo
Siempre es por miedo, aunque a veces nos cueste reconocerlo.
Puede ser por miedo a consecuencias negativas, como agresiones físicas o verbales, pérdidas materiales, o sufrir vergüenza y escarnio públicos. A ninguno de nosotros nos gusta sufrir. El miedo al dolor, sea físico o emocional, es una respuesta natural.
Otras veces es miedo a no lograr cosas que queremos. Cuando nuestra motivación para actuar de cierta forma es que queremos prestigio, respeto o admiración, es porque tenemos miedo a ser irrelevantes. Si actuamos diferente porque queremos cariño, es porque tenemos miedo a estar solos.
Somos seres sociales, así que es natural desear ser parte de un grupo, sentirnos aceptados y queridos. El riesgo, sin embargo, viene con lo difícil que es trazar una línea entre las necesidades y la codicia. No es lo mismo desear ser aceptado que desear ser el centro de atención, por ejemplo.
Dios nos observa todo el tiempo. Conoce cada una de nuestras acciones y todo lo que hacemos cuando estamos solos. También sabe qué pasa en cada uno de nuestros pensamientos.
"Oh Señor, tú me has escudriñado y conocido. Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, y conoces bien todos mis caminos. Aun antes de que haya palabra en mi boca, he aquí, oh Señor, tú ya la sabes toda.
Por detrás y por delante me has cercado, y tu mano pusiste sobre mí.
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar.¿Adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia? Si subo a los cielos, he aquí, allí estás tú; si en el Seol preparo mi lecho, allí estás tú. Si tomo las alas del alba, y si habito en lo más remoto del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si digo: Ciertamente las tinieblas me envolverán, y la luz en torno mío será noche; ni aun las tinieblas son oscuras para ti, y la noche brilla como el día. Las tinieblas y la luz son iguales para ti."
—Salmos 139:1-12)
Es importante preguntarnos si esta verdad nos hace sentir incómodos. ¿Qué dice nuestra conciencia al saber que alguien vio todo eso que hicimos cuando creíamos que nadie nos estaba viendo?
Dios sabe de nosotros. Él concibió nuestra historia desde antes de la fundación del mundo, definió nuestro futuro y el de todas las personas con las que nos cruzaremos. Aunque sabía cuán horrible y depravado era nuestro pecado—y no nos engañemos: todos nuestros pecados son horribles y depravados—, no obstante, nos escogió y nos atrajo hacia ese amor en Jesucristo. (Efesios 1:3-5)
No hay nada que hayamos hecho, o que podamos hacer, para merecer el amor de Dios. Dios nos ama a pesar de nuestros pecados (Romanos 5:8 y Efesios 2:4-9). Pero no debemos malinterpretar su amor y su gracia para con nosotros como pretexto para pecar (Gálatas 5:13)
Entonces, ¿qué debemos hacer?
Jesucristo nos enseña directamente cómo debemos actuar al tener presente la omnisciencia de Dios. Él nos llama a hacer las cosas de corazón, confiando plenamente en Dios, que conoce tanto nuestras obras como los pensamientos y sentimientos detrás de ellas. Dios sabe cómo y por qué oramos (Mateo 6:5-8), por qué ayudamos a otros (Mateo 6:2-4) y por qué hacemos todo lo que hacemos. De hecho, Jesús nos invita directamente a reorganizar nuestras prioridades, a actuar con total confianza en Dios, y a buscar primero Su voluntad, confiando todo lo demás a Él, que nos ama y cuida de nosotros (Mateo 6:19-34).
La omnisciencia de Dios es reconfortante. Él nos conoce, nos ama, nos acompaña y nos fortalece para toda buena obra (Efesios 2:8-10 y 2 Corintios 9:8). Nada lo tomará jamás por sorpresa, y su voluntad es absoluta (Job 42:2). Si nuestro futuro está seguro en Dios, podemos confiar plenamente en él, más allá de nuestras circunstancias.